Por Rodrigo Vidal Tamayo. Publicado originalmente en Comikaze #12 (abril de 2012).
Panfletos con personajes de Disney haciéndolo como en el Discovery Channel. Japonesitas empaladas por ciclópeos tentáculos. Mexicanas trabajadoras y traviesas. Bienvenidos al mundo de la erotomanía.
Existen dos emociones que han permitido al ser humano sobrevivir como especie: el miedo y el deseo sexual. Sin el primero, nuestros antepasados habrían muerto al primer riesgo; sin el segundo, simplemente no se podrían hacer bebés.
Es por ello que ambos sentimientos son denominador común en las expresiones artísticas de todas las culturas humanas que han poblado la Tierra. Y también es común que sus matices sean de los más difíciles de diferenciar. ¿Alguien puede explicar la diferencia entre horror y terror? Hay quien dice, de manera metafórica, que terror es ir por un callejón oscuro y escuchar los pasos de un asesino, mientras que horror sería ver al asesino. En otras palabras, el terror es algo psicológico, mientras que el horror es algo más gráfico.
Entre el erotismo y la pornografía podría haber una distinción parecida: el erotismo es la sugerencia de placer sexual, mientras que la pornografía es la representación explícita de dicho placer. Si nos atenemos a las definiciones de diccionario, el erotismo es la exaltación del amor físico en el arte, mientras que la pornografía es el carácter obsceno de las obras artísticas.
Muy bien, estaríamos de acuerdo con esto si se nos explican los parámetros para diferenciar lo exaltado de lo obsceno, sin incurrir en doctrinas religiosas y/o moralinas, cosa que se ve harto difícil.
Es posible que ni siquiera sea necesaria dicha diferenciación, pues a fin de cuentas lo importante en una obra artística es la forma en que se transmite el mensaje, aún más que la intención de transmitirlo. Pero si de veras necesitan una diferenciación, les propongo adoptar la del artista plástico Stephen Gilbert: Erotismo es lo que me gusta. Pornografía es lo que te gusta, pervertido.
Comencemos por el principio, cuando el cómic estaba dando sus primeros pasos, como formato y medio de comunicación consolidado. Es de sobra conocido que en cuanto se inventaron aparatos que podían proyectar imágenes con ilusión de movimiento, una de las primeras cosas en registrarse fueron personas dándole gusto al cuerpecito.
Con el cómic no podía suceder diferente, por lo que, a la par de los superhéroes, surgieron pequeñas muestras clandestinas de dibujos y palabras. Conocidas como Tijuana Bibles (es desconocido el porqué del nombre, aunque seguramente alude a la fama burdelesca de dicha ciudad fronteriza), su originalidad consistía en presentar historias de ocho páginas en donde se podían observar a los personajes más famosos del momento en situaciones comprometedoras.
Así, todo el panteón de Disney, junto con Popeye, Betty Boop e incluso figuras públicas de carne y hueso (como Hitler) pasaron por las armas de los anónimos creadores (obvio, al infringir los derechos de autor, nadie quería ser responsable).
No existía tabú alguno y casi todas las formas de amar fueron representadas en estos panfletos, cuya producción llegó hasta los años 60. Obviamente, las Tijuana Bibles se veían como un chiste, una diversión de secundaria.
Sin embargo, en los actuales tiempos de lucha por la libertad informativa, en que los derechos de propiedad intelectual están siendo severamente discutidos, pueden verse como una forma irreverente de libertad de expresión, una que permite un desfogue de bajas pasiones de una manera sana y divertida.
Así, la pornografía, más allá de ser un truco para vender más Tijuana Bibles, se convierte en una herramienta para abaratar el sistema, aunque esto solamente puede verse en retrospectiva, pues es dudoso que sus fabricantes los crearan para combatir el establishment; sin embargo, a últimas fechas se han utilizado estas publicaciones para enarbolar la bandera de la libre información.
A mediados de los años 60 surgió una nueva corriente de hacer cómics. Amparados en las revueltas sociales, la cerrazón de los medios de comunicación y las drogas psicotrópicas, una camada de artistas encontraron en el cómic una puerta de escape a sus frustraciones, ambiciones y talento.
Bajo el apelativo de comix (con la x como indicativo de su contenido para adultos) se dieron a conocer publicaciones independientes que mostraban una manera diferente de contar historias, tratando cuestiones muchas veces personales o dando rienda suelta a la imaginación. Robert Crumb es el más famoso de estos creadores, y lo tiene merecido, al publicar temas tan dispares como son el uso de drogas, sexo sadomasoquista y la Biblia (uno de los libros más obscenos que puedes encontrar en tu casa).
El comix permitió a los artistas retratar la sociedad sin estar atados a las tontas directrices del Comics Code o del mercado.
El hecho de que fueran autopublicados los dotaba de una libertad creativa en la que el sexo tuvo un papel principal, ya fuera como chiste, como desfogue o para dar a conocer nuevas tendencias.
Aquí el sexo era genuinamente representado como arte, por lo que calificar de mera pornografía a estas revistas sería menospreciarlas. Más bien la pornografía fue una herramienta que permitió al artista narrar una historia.
A su vez, el erotismo fue relegado a un segundo plano, porque lo importante era dar un mensaje directo y sin tapujos; de ahí que mucha gente pudiera ver al comix como algo vulgar o de baja estofa, cuando en realidad se trataba de una obra de expresión pura y brutalmente sincera.
Pícaras, infieles y ponedoras, Sexacional de microbuseros y Las chambeadoras son apenas algunos de los títulos de las historietas que han abundado en los expendios de revistas mexicanos.
Impresas en papel de baja calidad, en tamaño de bolsillo (trasero de pantalón) y a un precio bastante accesible (en muchos casos pueden conseguirse tres ejemplares por el precio de uno, ¡Ajúa!), estas historietas son, a pesar de un leve declive en fechas muy recientes, la única industria de cómic que tenemos en México.
Curiosamente, estos cómics comenzaron como un producto netamente erótico en el que todo el sexo estaba pícaramente sugerido, para transformarse después en pornografía grotesca, pura y dura (lo de grotesco es por el arte ínfimo con el que se realizan, no por lo que representa), situación que, estoy seguro, ha influido en la aceptación de los lectores, pues no es lo mismo leer una historia medianamente bien dibujada en donde los personajes utilizan el sexo y sus estereotipos para sufrir situaciones jocosas, que tener que esconderse en el baño para leer un pastiche con menos sustancia que una eyaculación precoz.
¿Podemos echar en el mismo saco al sexacional Delmonico’s Erótica que a Lost Girls de Alan Moore? ¿Son los dibujos de Milo Manara menos grotescos que los de Gilbert Hernández?
Tal vez sí, tal vez no, y ahí radica la belleza de las expresiones culturales: todas son relativas, lo que ayer fue vulgar ahora es alta cultura y viceversa. A fin de cuentas lo importante es que exista la diversidad, ahí radica la belleza de un medio como lo es el cómic.
Posiblemente la pornografía sea la puerta a una sociedad más libre y con menos prejuicios, pero mientras los creadores la vean como un fin y no como un medio, no avanzaremos mucho.